Palabras, vértigos.
Hacia el vértigo político
El carácter de modelo fractal, disruptivo y proliferante del lenguaje, que algunos comparan con un virus, manejado por personajes dotados de frenéticas energías e intensa voluntad de poder, empujados por ambiciones desmedidas al límite de lo patológico, convierte el discurso político en un laberinto, donde van a distraerse de sus problemas los que se dejan arrastrar por la corriente de los sentidos programados, alimentados por consignas que muestran amenazas y prometen bonanzas que no funcionan ni como mentiras piadosas.
Cada palabra, disociada de su arraigo en la experiencia, se vuelve símbolo de sí misma: simulacro, eco, juego de espejos sin fin, especulación verbal de mercachifles.
Aquiles, no solo no alcanza a la tortuga, sino que se extravía en el cálculo infinito de su propia imposibilidad, abocándose hacia una nada cada vez más pequeña.
La política, que un día fue el arte de ordenar lo común, se ha transformado en una técnica de intensificación del ruido, en un campo de fuerzas donde el signo vale no por lo que significa, sino por la potencia con que hiere, mientras esconde su voluntad de someter e invoca una libertad reducida a la nimiedad de escoger pequeños goces o entretenimientos banales.
El vértigo político comienza cuando el decir deja de buscar el mundo y se consagra al efecto.
Allí donde el lenguaje se vacía de verdad, crece la idolatría de la forma, la retórica como ejercicio de dominio, la palabra como estrategia de captura y sometimiento.
El pensamiento, reducido a cálculo y consigna, ya no se abre al sentido sino que lo clausura en la velocidad de su repetición, como una máquina que solo produce desechos torpemente alicatados de viejas glorias patrias, que apenas evocan fantasías simplonas.
Y, sin embargo, bajo el ruido, permanece un silencio insistente, la memoria de un logos que alguna vez quiso ser medida de un participar en su estar en el mundo.
En ese modelo para armar, que propician pensamiento y lenguaje, podemos escoger un epílogo:
1. observar que ya no existe mundo que escuchar, sino solo el rumor de su desaparición en nuestras propias palabras.
2. tal vez, aún allí, en ese silencio aguarde una palabra que no mienta al mundo, sino que lo escuche y repare.
3. acaso pensar consista en eso, custodiar el silencio del que el lenguaje se aparta, enreda, confunde...

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