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Las personas del rostro

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Conócete a ti mismo.  Esta era la exigencia imperativa de los dioses. Por ello, entre los hombres libres de aquellas épocas, estaba la obligación de peregrinar, al menos una vez en la vida, al oráculo para realizar la pregunta inexorable: ¿quién soy yo? Antes de todo, u na premisa en forma de paradoja le era formulada al que hacía la pregunta sobre sí mismo, la pregunta debía ser realizada en silencio, puesto que solo en silencio podía uno escucharse.  El trato con el augur se realizaba en el ámbito del misterio, los iniciados  ingerían sustancias que les trasladaban, en un deambular mágico, por lugares de la experiencia en otros órdenes de lo real. El itinerario venía marcado por los cantos rituales que un guía entonaba, propiciando el transito entre mundos habitados por ánimas deambulantes, en parajes perdidos entre la vida y la muerte, en un orden confuso tejido entre lo real y lo quimérico. En ese ámbito la experiencia misma era la respuesta, ésta podía transitar entre el so