Las lenguas más antiguas usan chasquidos.

El chasquido de la lengua, o una forma de pensar la imagen.

Todo proceso vital emite en una configuración reticular de remisiones recíprocas, ningún acontecimiento se basta a sí mismo, pues depende de un horizonte más amplio que lo posibilita. 

Este entramado se extiende como un tejido de vasos comunicantes; el habla, en cuanto designa, valora, establece y ordena, posibilita lo simbólico, lo cultural, lo económico, lo político, los afectos, las emociones. Estos elementos se entrecruzan produciendo órdenes y jerarquías, irradiando en todas direcciones como partículas de un flujo espectral que sostiene la realidad.

El lenguaje no es un mero instrumento de comunicación, constituye la forma misma de existencia de esa configuración. No refleja lo dado, sino que produce, emite y refracta horizontes; multiplica construcciones y abre el ámbito donde los procesos adquieren sentido y la comunidad se reconoce a sí misma como tal.

Pero esta apertura está atravesada por la paradoja de la negatividad: hablar es exponer el mundo a lo indecible, a la finitud que palpita o tiembla por detrás de cada palabra. Cada enunciado testimonia, simultáneamente, la posibilidad el sentido y su acontecer inacabado: la tensión inevitable con lo incompleto, con lo no dicho, con lo probable, con lo posible y sus negaciones.

La comunidad se configura en el vaivén entre lo decible y lo indecible, entre la afirmación de un mundo común y la imposibilidad de clausurarlo en una plenitud inexistente, que sin embargo, late por detrás como un fantasma fundacional.

El habla no solo expresa, también constituye, regula, ordena. Instaura jerarquías de valor, define ámbitos de legitimidad y abre la posibilidad de un mundo compartido. Cada gesto lingüístico, cada sílaba, cada chasquido de lengua, actúa como un átomo irradiando y enlazando conexiones. Lo humano se nos revela como aquello que habita la tensión entre creación y límite, entre potencia de sentido y el vacío en el que hace equilibrios. Es en este filo, en este espacio donde lo dicho y lo no dicho se encuentran, se puede colegir que es ahí donde se teje la trama de nuestra humanidad compartida, desde lo más imperceptible hasta lo socialmente visible. 

También me atrevo a conjeturar que: previo a todo lenguaje, previo a la capacidad narrativa, hay una imagen ligada a un gesto que señala aquello que se da, aquello que aparece y nos reclama. En ese instante se realiza un chasquido, una afirmación o una negación que decide si lo visto puede adentrarse en el territorio del deseo. Así, el gesto, la imagen y el habla se entrelazan, conectando lo visto y lo oído de modo irreversible para el espíritu, sellando el vínculo entre percepción, deseo, voluntad, acción, sentido.



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